Cuando se va la luz uno lo nota. Sea de día o sea de noche, uno lo nota. Se siente entonces una paz profunda al respirar; casi se logra levitar cuando se va la luz.
El silencio absorbe todo. Todo menos el trino de dos o tres pajarillos en árboles cercanos.
Cuando se va la luz la ciudad se sienta a descansar, pide un vaso con agua y mira la vida pasar, o detenerse, igual que ella.
Cuando se va la luz todo es virgen y uno anhela besos ausentes de esos que no se dan en los labios.
Cuando se va la luz todo se para excepto los autos. Así debe ser: algo debe mantener la conciencia de que aún existe. Porque cuando se va la luz nada existe; lo efímero de la vida cobra sentido en cada kilovatio de ausencia lumínica.
Cuando se va la luz me siento a la ventana a conversar conmigo, a esperar que ella regrese pero disfrutando su ausencia.
Cuando se va la luz todo es puro, cuando se va la luz trato de sentirlo todo y lo logro.
No existe un momento más auténtico que éste cuando, a falta de luz, yo soy el mundo.
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