Me dueles en la cocina y a la hora de comer. En las carnes, en las pastas y arroz a fuego de mar.
Me dueles en los cuatro puntos cardinales de mi casa, de mi patria y de ese casón viejo lleno de fantasmas que te asustan.
Me dueles en los autobuses y en los taxis, y en todas esas calles con Sanchos y Quijotes.
Me dueles en las tiendas de camping y en sleepings y en sábanas de colores.
A veces, pero solo a veces, me dueles en las paredes y en los papeles escritos.
Me dueles cada mañana y, por supuesto, cada noche estrellada en donde bailan las estrellas: “Las ves Rose, como bailan”…
Me dueles en las lunas de mar, en las lunas de ciudad y en mis lunas. Los soles se fueron contigo.
Me dueles intensamente en los desayunos para dos, en el albahaca.
Me dueles en cada uno de los hombres que miro y en las canciones mexicanas y argentinas. Me dueles mucho en Fito.
Sin embargo, aunque me duelas, cada vez me dueles menos. Es quizá porque cada vez me dueles un poco más adentro, en ese lugar recóndito de la memoria y de las cosas que poco a poquito se van olvidando.
El día que ya no me duelas me voy a poner triste porque será como dejar de sentir. Es que de nuevo me hiciste sentir, aunque fuera dolor, pero sentir.
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