miércoles, 7 de abril de 2010

El valor del trabajo


Es lunes a las cinco de la mañana y Morfeo se hace a un lado, y en su lugar despunta el alba entre el baño mañanero y olor a café. Un gallo pinto caliente en la mesa, natilla y pancito caliente.

Las paradas de autobús empiezan a llenarse de gente y en las calles el tráfico no se hace esperar: cientos de autos llenan las vías.

Son las siete de la mañana.

“Los lunes ni las gallinas ponen” se escucha decir, y en medio de saludos y bromas los trabajadores empiezan su jornada laboral.

Esta es la realidad para algunos, más no para los 212 millones de personas que, según la Organización Mundial del Trabajo, se encuentran desempleadas.

Mientras hay quienes sí cuentan con un trabajo, a veces no valorado, otros quisieran tener acceso a una fuente de ingreso económico.

Cuando uno tiene todas las cosas que necesita cree que la vida de los otros es como la de uno y que, por ejemplo, los pobres son pobres porque así lo han decidido, porque son vagos o porque no les gusta trabajar. Sin embargo, la verdad es otra.

Muchas personas se quejan por tener que levantarse un lunes a las 5 de la mañana para irse a trabajar pero ignoran otras realidades.

Realidades como que, sólo en Costa Rica, hay mil pancitas vacías que también despiertan a eso de las cinco de la mañana los lunes y que permanecerán así, vacías, por falta de un trabajo que les permita ser llenadas.

Quien no valora su trabajo no valora el hambre de quienes no corren con la misma suerte de contar con uno.

He llegado a la conclusión de que la causa de la pobreza es la ignorancia y al hablar de ignorancia no me refiero a un déficit educacional. Con ignorancia me refiero a la falta de acercarse a experimentar otros mundos, distintos al de uno, para así valorar el propio y no subestimar la pobreza.


Trabajar: un sueño

Un joven adinerado, voluntario de una organización que construye viviendas de emergencia para personas que viven en pobreza extrema, le preguntó la semana pasada a una señora jefa de hogar en un precario de Nicaragua cual era su mayor deseo.

La señora le dijo que su mayor anhelo en la vida era conseguir un trabajo. Esta señora no soñaba con ganar la lotería o tener un carro último modelo, ella soñaba con tener un trabajo.

Hoy en pleno siglo XXI, hay quienes soñarían con ser acreedores de un derecho que, según la Declaración Universal de Derechos Humanos, es inherente a todo hombre y mujer: el derecho al trabajo.

El artículo 23 de esa declaración afirma que “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo”.

No obstante, según el decimoquinto informe del Estado de la Nación, vivimos en un país donde existen desigualdades de acceso al empleo, se incrementa el deterioro en el acceso a ingreso digno, y, como esto fuera poco, casi 600.000 personas reciben menos del salario mínimo.

Una situación similar viven los habitantes de los países vecinos.


Poner la economía al servicio del ser humano

Hace más de 10 años, en junio de 1996, el presidente de Francia Jacques Chirac dijo en una Reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo realizada en Ginebra, que era preciso poner la economía al servicio del ser humano y no a la inversa.

Según Chirac, es necesario buscar las condiciones adecuadas para un crecimiento sostenido y generador de empleo donde se aprovechen al máximo las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías.

Está claro que la economía de girar en torno al bien de la humanidad y de su crecimiento, pero también debe haber un concientización por parte de los trabajadores acerca del valor del trabajo.

El trabajo, más que un derecho, debe convertirse en la razón para despertarse feliz cada lunes a las cinco de la mañana y darle gracias a la vida por ser una pancita llena y no una en un millón, vacía.

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